RESUMEN EJECUTIVO
Tras dos años de recesión, en 2020 se espera la mayor caída del PIB en más de un siglo. Si bien la recesión ha sido generalizada a nivel mundial, el punto de partida, la profundidad de la caída y los desequilibrios macroeconómicos de nuestro país implicaron (e implican) desafíos adicionales. Luego del piso de abril (-27,3% i.a.), la actividad comenzó un camino de recuperación que parece haber ido perdiendo impulso tras el rebote inicial. En agosto, el ritmo de recuperación se desaceleró y, de acuerdo a nuestras estimaciones, la actividad registraría un incremento en torno al 0,1% mensual en su medición desestacionalizada, un 10,7% por debajo de los niveles del mes de febrero.
La recuperación viene siendo heterogénea y algunos drivers particulares explican la dinámica sectorial. La recomposición de stocks se expresa en una recuperación acelerada de sectores que vieron muy reducida o virtualmente paralizada su producción en los primeros meses de aislamiento social. La dinámica cambiaria también puede jugar un rol en el rebote de aquellos sectores con insumos dolarizados o donde la demanda reacciona ante expectativas de devaluación. Asimismo, sectores en recuperación conviven con otros aún severamente afectados por la pandemia como son una parte importante de las actividades de servicios. De cara a los próximos meses, normalizados los stocks (o alcanzado su nuevo nivel de equilibrio), será clave la demanda.
Sin embargo, el factor principal que puede condicionar la recuperación económica es el frente cambiario. Mientras se sostenga la brecha cambiaria actual no se podrá ahuyentar el riesgo de una devaluación, la cual profundizaría la caída de los ingresos reales y la actividad económica. Dado que el poder de fuego del Banco Central se reduce (las reservas netas se ubican en 3.875 millones de dólares y acumulan 11 semanas consecutivas de caídas) y la brecha se mantiene elevada (superó el 100%) las presiones sobre el tipo de cambio oficial aumentan. Ahora bien, desde nuestro punto de vista una devaluación del tipo de cambio oficial no resolvería per sé los problemas financieros, a la par que impactaría fuertemente sobre la actividad económica y los índices socioeconómicos. Cuando las expectativas de devaluación son elevadas no importa ni la política monetaria contractiva ni la recesión económica, siempre puede haber un desarme de posiciones o nuevos flujos de ingreso que presionen el mercado de cambios.
En este escenario, el BCRA y el Ministerio de Economía han llevado adelante una serie de medidas cuyo principal objetivo es reducir la demanda en los mercados oficiales (con restricciones y subas de tasas) y aumentar la oferta (con incentivos a exportadores y facilitación de la IED y el endeudamiento externo privado). Las últimas medidas aumentarían la oferta de no residentes en los mercados paralelos y bajarían la demanda de los fondos de inversión que están tratando de salir del país. Sin embargo, creemos que el principal factor detrás de la brecha es la demanda por dolarizar carteras del sector privado y que más políticas deberían apuntar a reducir la brecha y de una manera menos gradual y más contundente. Por último, consideramos que para estabilizar las reservas y bajar las expectativas de devaluación es fundamental aprovechar el superávit comercial que hoy se pierde en maniobras de pseudo-arbitrajes. El desarrollo de acuerdos con los principales complejos exportadores puede ser útil en este sentido.
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